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Sonntag, 25. Januar 2009

El dorado ninguncarrito y el nadito de plata



Aquí y ahora en la pequeña casa azul en las afueras de la ciudad „cepa vieja“ celebraba Vidal Valera su cumpleaños. Hace exáctamente tres veces siete años que nació y apenas se recuerda de ello.

Han venido todos sus amigos, el lobo, la liebre, las cordonizes del campo y las colondrinas del tejado, estaban José y Juan y por supuesto, también la hermosa Sophie había venido a celebrar la fiesta con él y todos sus amigos de la pequeña ciudad.

Su padre había preparado un tarta de queso enorme que era tan grande que no cabía en la mesa y tenían que traer otra para poder cortarla en trozos. Pero ahora ya sólo cedaban algunas pocas migas en la bandeja. Por supuesto había velas en la tarta, una por cada año que había cumplido. Las velas las había fabricado su padre y su madre las había pintadas de azul, el color de las elfas. Vidal sopló a todas de un tiro y las apagó. Hoy sólo tenía un deseo.

Esto era su gran día, cuando todo jóven se prepara para comenzar su propia vida. Hasta ahora vivía con sus padres y aunque hubiera hecho algún viaje al extranjero para estudiar, solía volver a casa de sus padres. Pero hoy le acompañarían todos a la casa de la colina, la casa que construyó junto con su padre y que sería ahora suya, dónde viviría con su novia Sophie. Estaba pintada de naranja.

Pero Vidal, hoy no pensaba en esto. Bueno, por su puesto pensaba en ello y le alegraba mucho, pero nó, estaba distraido por otro pensamiento.

Hace tres por siete años que nacío. Pero no era un nacimiento normal, como los de sus compañeros de clase cuyas madres les alumbraban en el hospital general, con un monitor de supervisión y expertos científicos de mucha reputación listos para ayudar a las jóvenes paruentas en caso de que tengan dificultades o se hubieran olvidadas como dar a luz. No así la madre de Vidal. Ella viajó muchas horas cuándo sentía que era la hora en la que quería nacer Vidal y se fue a la casa de las brujas. Esta casa estuvo en otra ciudad y para llegar ahí había que catar una canción especial que sólo saben las madres porque la canción varia según el nombre del niño. Con esta canción atrajo al gran aguila que la llevaba de hombros a la ciudad donde vivían las brujas.

Cuandó el gran aguila la dejaba bajar otra vez de sus hombros se daba cuenta que había llegado pronto y todavía no era la hora del nacimiento así que las brujas la mandaron a pasear. Detrás de la casa de brujas había un cementerio que tenía un parque enorme y le aconsejaron dar unos pasos ahí.

La madre entonces cruzó el gran portal de forja que cerraba el cementerio y seguía los sendos que había en él. Eran muchos caminos que se cruzaron y se dividían al igual como un labirinto y en los lados estaban las tumbas con piedras vastas dónde marcaban los nombres de los difuntos y poesías o versos de la biblia. Entre las tumbas y detrás había cesped y hierbas y macetas de flores, mil flores. Los más imponente eran los arboles que rodearon el parque y crecían detrás de las tumbas y en los centros de las pequeñas plazoletas que había en los cruzes de los caminos. Cada tanto había un banco para sentarse y meditar. Pero la madre de Vidal no sentía apetecible para sentarse y contemplaba los monumentos de ángeles y héroes que decoraron el parque. Seguía sus pasos para poder dar a luz a Vidal cuando de repente se le cruzó el sendo una pequeña y delicada mujercuela.

Tenía un aspecto jóven pero los ojos como una vieja un pelo planco y suave como la seda decorado con minúsculas flores amarillas y azules, perlas que bajo la luz del sol parecían gotas de agua y hierbas finas. Llevaba un vestido azul de tela transparente y muchas capas así que a la madre la parecía poder ver el cuerpo delicado del hada tras ellas. Pero sólo eso, le parecía.

El hada tenía una voz como el agua clara de un río glaciar y hablaba con una intónación igual como la canción que cantaba la madre para llamar al aguilá. Entonces le dijo: „Voy a hacerle un regalo muy especial a tu niño,“ y la miraba de arriba a bajo y le fijó los ojos firmemente, „sabes muy bien de que se trata. Tu abuela hablaba de ello. Un regalo que se ofrece sólo una vez a una sola persona en cada generación de mortales que nace. A tu hijo le daré un dorado ninguncarrito y un nadito de plata. Pero,“ y ahora el hada se pusó muy serio, „ como bien sabes, todo tiene su precio. Se les entregará este regalo a tu hijo llegue a tener la edad de tres veces siete años y no hablará nunca ni una sola palabra de los humanos.“ Ahora se empezó a reirse como un niño mal criado que había sido descubierto haciendo trasterías y desabareción entre las flores de una tumba familiar.

La madre, por supuesto, se sorprendió mucho por los acontecimientos, pero les daba la culpá a las contracciónes que la habrían distraido y ver las cosas de otro modo. Así, que no dió mucha importancia a estas palabras y volvió a la casa de las brujas donde daba a luz sin más incidencias. Con el pequeño Vidal en brazos llamó otra vez al gran aguila que los llevó sano y salvos a casa. Pero, por supuesto, también el pequeño Vidal escuchó las palabras del hada y él sí, las tomaba muy en serio.

Vidal Valera creció y era un muchachito muy inteligente y alegro, lleno de pajaros en la cabeza que hizo reir a todos los que le rodearon con su forma cariñosa y élfica que tenía. Llegó a estudiar las ciencias y aprendió el oficio del famarmaceútico. Sabía hacer cremas y potingues como nadie, hizo las velas más poderosas de toda la provincia y conocía a todas la plantas curativas y menos útiles. Se murmuraba, si seguía así llegaría algún día a ser el presidente de la farmaceutica más grande y rica que había entonces en el mundo. Pero para ello, así pensó la gente, debería primero aprender a hablar. Hay que decir que hasta entonces Vidal no hubo hablado ni una sóla palabra que tuviera algún sentido para alguién humano que habitaba y correaba sobre la faz de la tierra. Hablaba, eso sí, y mucho, pero nunca se descubrió de que idioma se podría tratar.

Hoy era el gra día. Tres veces siete años había esperado y no hablado en la lengua de los hombres. Y no que le hiciera hecho falta o la echaría de menos, pero ahora sentía una curiosidad insoportable para descubrir si el hada entonces le había dicho la verdad.

El día había casi acabado y el sol con ganas de ponerse al otro lado de la tierra se puso dorado. Unas colondrinas cazaron mosquitos en el aire y cantaron la canción que cantaba la madre el día de su nacimiento. Una gran sombre se acercaba desde detrás de las nuves. Era el gran águila atraído por la canción. Se sentó al lado de Vidal. „Eh, no te ha traído el regalo prometido?“ preguntaba el jóven. Vidal sólo le regaló una sonrisa y seguía mirando el firmamento cuando de repente entre los rayos dorados del sol vió al hada que conducía el dorado ninguncarrito y llevaba en su mano el nadito de plata. Paro el nuncacarrito delante del jóven y le entregó el nadito con gran felicidad. „Tienes que saber,“ dijo el hada, „que he tenido que esperar siete siglos para volver a encontrar un humano que tuviera tanta paciencia como tú?“ Esto es un día felíz. Cuida bien de tu regalo así llegarás a ser el hombre más rico y más felíz que jamás haya vivido en la tierra. Con estas palabras el hada se volvió y desabareción el lado asombrado del cielo.

Vidal Valera subió su dorado ninguncarrito y guardí bien el nadito de plata y emprendió el camino de su vida.