Aquí
y ahora en la pequeña casa azul en las afueras de la ciudad „cepa
vieja“ celebraba Vidal Valera su cumpleaños. Hace exáctamente
tres veces siete años que nació y apenas se recuerda de ello.
Han
venido todos sus amigos, el lobo, la liebre, las cordonizes del campo
y las colondrinas del tejado, estaban José y Juan y por supuesto,
también la hermosa Sophie había venido a celebrar la fiesta con él
y todos sus amigos de la pequeña ciudad.
Su
padre había preparado un tarta de queso enorme que era tan grande
que no cabía en la mesa y tenían que traer otra para poder cortarla
en trozos. Pero ahora ya sólo cedaban algunas pocas migas en la
bandeja. Por supuesto había velas en la tarta, una por cada año que
había cumplido. Las velas las había fabricado su padre y su madre
las había pintadas de azul, el color de las elfas. Vidal sopló a
todas de un tiro y las apagó. Hoy sólo tenía un deseo.
Esto
era su gran día, cuando todo jóven se prepara para comenzar su
propia vida. Hasta ahora vivía con sus padres y aunque hubiera hecho
algún viaje al extranjero para estudiar, solía volver a casa de sus
padres. Pero hoy le acompañarían todos a la casa de la colina, la
casa que construyó junto con su padre y que sería ahora suya, dónde
viviría con su novia Sophie. Estaba pintada de naranja.
Pero
Vidal, hoy no pensaba en esto. Bueno, por su puesto pensaba en ello y
le alegraba mucho, pero nó, estaba distraido por otro pensamiento.
Hace
tres por siete años que nacío. Pero no era un nacimiento normal,
como los de sus compañeros de clase cuyas madres les alumbraban en
el hospital general, con un monitor de supervisión y expertos
científicos de mucha reputación listos para ayudar a las jóvenes
paruentas en caso de que tengan dificultades o se hubieran olvidadas
como dar a luz. No así la madre de Vidal. Ella viajó muchas horas
cuándo sentía que era la hora en la que quería nacer Vidal y se
fue a la casa de las brujas. Esta casa estuvo en otra ciudad y para
llegar ahí había que catar una canción especial que sólo saben
las madres porque la canción varia según el nombre del niño. Con
esta canción atrajo al gran aguila que la llevaba de hombros a la
ciudad donde vivían las brujas.
Cuandó
el gran aguila la dejaba bajar otra vez de sus hombros se daba cuenta
que había llegado pronto y todavía no era la hora del nacimiento
así que las brujas la mandaron a pasear. Detrás de la casa de
brujas había un cementerio que tenía un parque enorme y le
aconsejaron dar unos pasos ahí.
La
madre entonces cruzó el gran portal de forja que cerraba el
cementerio y seguía los sendos que había en él. Eran muchos
caminos que se cruzaron y se dividían al igual como un labirinto y
en los lados estaban las tumbas con piedras vastas dónde marcaban
los nombres de los difuntos y poesías o versos de la biblia. Entre
las tumbas y detrás había cesped y hierbas y macetas de flores, mil
flores. Los más imponente eran los arboles que rodearon el parque y
crecían detrás de las tumbas y en los centros de las pequeñas
plazoletas que había en los cruzes de los caminos. Cada tanto había
un banco para sentarse y meditar. Pero la madre de Vidal no sentía
apetecible para sentarse y contemplaba los monumentos de ángeles y
héroes que decoraron el parque. Seguía sus pasos para poder dar a
luz a Vidal cuando de repente se le cruzó el sendo una pequeña y
delicada mujercuela.
Tenía
un aspecto jóven pero los ojos como una vieja un pelo planco y suave
como la seda decorado con minúsculas flores amarillas y azules,
perlas que bajo la luz del sol parecían gotas de agua y hierbas
finas. Llevaba un vestido azul de tela transparente y muchas capas
así que a la madre la parecía poder ver el cuerpo delicado del hada
tras ellas. Pero sólo eso, le parecía.
El
hada tenía una voz como el agua clara de un río glaciar y hablaba
con una intónación igual como la canción que cantaba la madre para
llamar al aguilá. Entonces le dijo: „Voy a hacerle un regalo muy
especial a tu niño,“ y la miraba de arriba a bajo y le fijó los
ojos firmemente, „sabes muy bien de que se trata. Tu abuela hablaba
de ello. Un regalo que se ofrece sólo una vez a una sola persona en
cada generación de mortales que nace. A tu hijo le daré un dorado
ninguncarrito y un nadito de plata. Pero,“ y ahora el hada se pusó
muy serio, „ como bien sabes, todo tiene su precio. Se les
entregará este regalo a tu hijo llegue a tener la edad de tres veces
siete años y no hablará nunca ni una sola palabra de los humanos.“
Ahora se empezó a reirse como un niño mal criado que había sido
descubierto haciendo trasterías y desabareción entre las flores de
una tumba familiar.
La
madre, por supuesto, se sorprendió mucho por los acontecimientos,
pero les daba la culpá a las contracciónes que la habrían
distraido y ver las cosas de otro modo. Así, que no dió mucha
importancia a estas palabras y volvió a la casa de las brujas donde
daba a luz sin más incidencias. Con el pequeño Vidal en brazos
llamó otra vez al gran aguila que los llevó sano y salvos a casa.
Pero, por supuesto, también el pequeño Vidal escuchó las palabras
del hada y él sí, las tomaba muy en serio.
Vidal
Valera creció y era un muchachito muy inteligente y alegro, lleno de
pajaros en la cabeza que hizo reir a todos los que le rodearon con su
forma cariñosa y élfica que tenía. Llegó a estudiar las ciencias
y aprendió el oficio del famarmaceútico. Sabía hacer cremas y
potingues como nadie, hizo las velas más poderosas de toda la
provincia y conocía a todas la plantas curativas y menos útiles. Se
murmuraba, si seguía así llegaría algún día a ser el presidente
de la farmaceutica más grande y rica que había entonces en el
mundo. Pero para ello, así pensó la gente, debería primero
aprender a hablar. Hay que decir que hasta entonces Vidal no hubo
hablado ni una sóla palabra que tuviera algún sentido para alguién
humano que habitaba y correaba sobre la faz de la tierra. Hablaba,
eso sí, y mucho, pero nunca se descubrió de que idioma se podría
tratar.
Hoy
era el gra día. Tres veces siete años había esperado y no hablado
en la lengua de los hombres. Y no que le hiciera hecho falta o la
echaría de menos, pero ahora sentía una curiosidad insoportable
para descubrir si el hada entonces le había dicho la verdad.
El
día había casi acabado y el sol con ganas de ponerse al otro lado
de la tierra se puso dorado. Unas colondrinas cazaron mosquitos en el
aire y cantaron la canción que cantaba la madre el día de su
nacimiento. Una gran sombre se acercaba desde detrás de las nuves.
Era el gran águila atraído por la canción. Se sentó al lado de
Vidal. „Eh, no te ha traído el regalo prometido?“ preguntaba el
jóven. Vidal sólo le regaló una sonrisa y seguía mirando el
firmamento cuando de repente entre los rayos dorados del sol vió al
hada que conducía el dorado ninguncarrito y llevaba en su mano el
nadito de plata. Paro el nuncacarrito delante del jóven y le entregó
el nadito con gran felicidad. „Tienes que saber,“ dijo el hada,
„que he tenido que esperar siete siglos para volver a encontrar un
humano que tuviera tanta paciencia como tú?“ Esto es un día
felíz. Cuida bien de tu regalo así llegarás a ser el hombre más
rico y más felíz que jamás haya vivido en la tierra. Con estas
palabras el hada se volvió y desabareción el lado asombrado del
cielo.
Vidal
Valera subió su dorado ninguncarrito y guardí bien el nadito de
plata y emprendió el camino de su vida.